Después de Osvaldo

Ayer fue un Domingo con lluvia. Ideal para sentarme a escribir pero no tenía ganas. Entonces entré en un diario digital y me interesó un artículo sobre nuevos inventos que ya están a punto de salir a la luz. Al parecer se vienen muchos adelantos tecnológicos pero no decían nada de una nueva versión de Word.
Hace tiempo que estoy esperando un invento, una aplicación que sería muy útil para la escritura creativa. Porque el Word, tal cual lo conocemos, ya no es suficiente. Cuenta con algunos beneficios. Al menos te subraya en rojo las palabras que escribís mal pero no es muy útil para la escritura creativa.
Necesitamos un formato de Word más inteligente. Que ayude al escritor en el momento de la creación. Pensé en un nombre para esa aplicación: Word 10.5 Creative. No es un nombre muy original pero fue el único que se me ocurrió. Y es por esto que con tanta urgencia lo necesitamos los escritores. Necesitamos un Word 10.5 Creative que nos avise que el título que elegimos para un relato es una cagada.
Un Word que entienda de cuestiones literarias estaría capacitado para interactuar de manera activa con el escritor que lo está usando. Lo alertaría cuando un cuento no tiene un buen remate. Le haría saber al despistado escritor que ese párrafo tiene demasiados adjetivos. Le diría cosas como por ejemplo: Guarda con ese personaje que está perdiendo participación en la obra.
Como este invento no figuraba entre las novedades, perdí interés en el artículo y para distraerme con otra cosa entré a mi cuenta de Facebook.
En las notificaciones, Facebook me recordaba que era el cumpleaños de mi viejo. No me había dado cuenta de la fecha. La liviandad con la que pensaba tomarme el domingo pegó un giro inesperado después de leer esa notificación. Facebook me hacía el recordatorio para que le desee un feliz cumpleaños pero mi viejo falleció el primero de mayo del año 2016. Las redes sociales te hablan en presente y, aunque atesoren recuerdos al igual que nosotros, no entienden nada de la mortalidad humana.
En el muro de mi viejo, aún hay personas que lo siguen saludando en presente sin notar que hace años que su muro dejó de registrar actividad. No pude evitar entrar en sus álbumes de fotos y dejarme impregnar por los recuerdos que siguen atrapados en esas imágenes.
Me puse a pensar en todas las veces que lo extrañé…
Algunas veces me encontré espiando por la ventana de mi casa, esperando que estacionara apurado y a contramano porque su ansiedad no le permitía tomarse el tiempo de dar la vuelta en la esquina y estacionar correctamente.
Algunas tardes me fue muy difícil no encontrarlo en el bar.
Los sábados era muy extraño entrar al teatro y no escucharlo putear porque había nuevas goteras en el techo del escenario.
Tuve que acostumbrarme a contar solo, anécdotas que teníamos en común.
Como cuando contábamos la anécdota de las cenas en casa de la abuela Marieta, que en sus últimos años calculaba mal la comida y nosotros fingíamos estar satisfechos porque no queríamos que se sintiera mal.
Tuve que acostumbrarme a tomar solo sambayón caliente, nuestro postre preferido de la parrilla Don Pepe.
Pero después ubiqué mi recuerdo en el día en que regresé a mi casa luego de su entierro. Lo primero que hice aquella tarde fue escribir una última escena en la que rememoraba mis vivencias junto a él. Quería darle una despedida distinta. Como a papá seguramente le hubiese gustado.
Recuerdo que cuando terminé de escribir, hice lo que había hecho siempre desde que comencé con la escritura: abrí mi mail, adjunté el archivo del relato y puse su dirección de mail para enviarle lo que había escrito. Recién ahí me di cuenta de que algo había cambiado. Esa acción automática, la de enviarle un texto nuevo, ya no era una posibilidad. Quedé paralizado con lo que estaba por hacer, incrédulo por ese inesperado ataque de amnesia que me había hecho olvidar por unos segundos que había empezado a vivir el primer día de mi vida sin papá. Fue en ese momento cuando comprendí que además de perder un padre había perdido también a mi lector más fiel.
Tuve la certeza que, desde esa misma tarde, había entrado en una nueva etapa con la escritura. Una etapa a la que podría llamar: “Después de Osvaldo”. Porque ya no tendría ese interlocutor ideal que funcionaba como estímulo para mi escritura. Ya no podría escribir imaginando que luego mi viejo leería entretenido lo que yo había escrito. O que cuando yo narrara una situación humorística ya no lo haría con el mismo entusiasmo ni la misma expectativa porque ya no podría provocarle la carcajada ronca de fumador. Esa carcajada que cuando era sincera y espontánea le provocaba un ataque de tos seca, una tos a la que empecinado, porfiado como era, intentaba calmar fumándose otro cigarrillo.
Ayer pensaba en todo esto cuando de pronto me di cuenta por qué esperaba ese invento, esa aplicación inteligente de Word. Entendí que no era la espera de algo nuevo sino la nostalgia de algo que ya no tenía. Porque mi viejo no era sólo señalarme en rojo la palabra mal escrita. Era la voz de aliento, la sugerencia creativa, el que me indicaba que: Guarda con ese personaje que está perdiendo participación en la obra.
Recién ayer me di cuenta de que no estoy esperando la invención de una nueva actualización de Word. Desde hace más de seis años que sigo extrañando a mi viejo Word 10.5 Creative.