El lunes al mediodía, mientras esperaba mi almuerzo en una estación de servicio, escuché una conversación que mantenían tres señores. La escuché por obligación, porque discutían como si estuviesen solos y en el medio de un campo. Hablaban de muchas cosas pero principalmente sobre la juventud de hoy en día.
Yo intentaba concentrarme para responder un mail desde mi celular cuando uno de los hombres dijo:
—¡Ahí tenés la enfermedad! Tiki tiki con el celular. Todo el día así. Generación de ignorantes y boludos.
Miré hacia la mesa y me di cuenta de que lo decían por mí. Ni siquiera tuvieron la prudencia de reflexionar más bajo, como para que yo no escuchara.
Si yo fuese tan pedante y desubicado como ellos, podría haberme levantado de mi silla, dirigirme con tranquilidad hasta la mesa de estos supuestos eruditos y preguntarles si alguna vez leyeron Rayuela de Cortázar. Si conocían las obras de teatro de Tito Cossa o si sabían cómo modular a Sol mayor en música.
Pero hubiese sido una pérdida de tiempo porque sospecho que aunque no tuviesen ni idea, igualmente hubiesen tenido respuestas para cada una de mis preguntas. La palabra duda no figuraba en sus vocabularios. Parecían ser portadores de verdades irrefutables. Sabían cómo bajar la inflación. Cómo resolver el conflicto de los maestros. Quién tenía que jugar por el lateral derecho en la selección Argentina. Hubo uno que envalentonado con su discurso, aseguró que era capaz de enderezar los rumbos de la juventud y del mundo en tan solo cinco días. Me llamó la atención la rapidez con la que lograría su cometido. Pensar que supuestamente al vago de Dios le llevó un día más crear el universo.
Yo no sé si el problema de la juventud es la hiperconectividad, o la mala educación o los excesos nocturnos. Si es un problema que empieza por casa, o es producto de una sociedad en deterioro. Ni siquiera estoy de acuerdo con que la juventud de hoy sea tan mala como la pintaban estos tres mosqueteros. Lo único que tengo en claro es que estos temas son demasiados complejos como para simplificarlos con el facilismo con que se los analiza en las sobremesas. La liviandad de los análisis queda en evidencia cuando se cae en la ingenuidad de creer que con un par de gritos y manotazos la humanidad se encarrilaría. Y lo más increíble es que piensen que esa forma de proceder sería novedosa.
Me resisto a pensar con el facilismo que se escucha a veces en la vida cotidiana: si ponemos un policía en cada esquina, se termina la inseguridad… Si Messi no gana un mundial, es un pecho frío… El que no trabaja es porque no tiene ganas…
Yo no tengo verdades irrefutables, aunque intento tener opiniones sobre los distintos temas que se debaten en una sobremesa. Trato de no recurrir a la ceguera, aunque a veces no puedo evitar mirar para otro lado cuando una realidad social me perturba. Me da miedo la inseguridad, aunque hago esfuerzos por no caer en la paranoia.
El lunes al mediodía era tan solo un tipo que intentaba responder un mail mientras esperaba el almuerzo. Aunque para los militantes del facilismo, seguramente era un boludo ignorante al que habría que enderezar con cinco días de cachetazos mágicos.