Florfobia

Una de las cosas que más me sorprendieron cuando empecé a convivir con Flor, fue descubrir su increíble fobia a los bichos. Digo increíble, porque no le pasa como a la mayoría de las personas que le tiene miedo a un bicho en particular. A ella las arañas, avispas, cucarachas, hormigas, cien pies, todos le producen el mismo pavor.
El primer incidente ocurrió con las cucarachas. Habíamos llamado a Tito, el del camión atmosférico, porque en la casa que alquilamos las cañerías se tapan a cada rato. Cuando Tito levantó el ladrillo que cubre el resumidero del garaje, Flor justo pasaba por ahí cuando las cucarachas emergieron de la pestilencia y comenzó a saltar como si le quemaran los pies. Reprimió el grito, pero me miró con los ojos dilatados por el terror. Tito intentaba aplastar las cucarachas a los pisotones. Yo me puse un poco más histérico y las perseguía a los escobazos. El trajín duró unos minutos pero finalmente no quedaron cucarachas vivas a la vista.
Estuve media hora calmando a Flor. Convenciéndola de que no volvería a ocurrir.
Pero unas semanas después ocurrió el episodio de las hormigas voladoras. Yo también anduve varios días obsesionado con estos bichos asquerosos.
Una noche, mientras estábamos acostados en la cama mirando televisión, apareció una hormiga voladora en la frente de Riquelme. Por suerte Flor ya se había dormido. Cuando pongo fútbol a ella le produce un efecto somnífero instantáneo. Me levanté de la cama, agarré una pantufla y sigilosamente me fui acercando al televisor. Lástima que no tuve la prudencia necesaria y le di un pantuflazo demasiado brusco a la pantalla. Logré matar a la hormiga pero también desperté a Flor. Ahí se terminó la noche de paz.
—¡¿Qué pasa?!
—Nada Flor, maté un mosquito…
—¡Ahí hay otro! ¡No es un mosquito!
Miré hacia el televisor y una nueva hormiga voladora se había posado sobre el cuerpo del árbitro. Tiré el pantuflazo pero esta vez le erré. Flor prendió la luz del dormitorio y se produjo una invasión de hormigas voladoras. A mí no me daban las manos, revoleaba la pantufla por el aire tratando de exterminar la plaga, mientras Flor se tapaba con las sábanas y me gritaba para que no dejara ninguna con vida. Fue una experiencia muy surrealista.
Al día siguiente descubrimos un pequeño agujero en la pared por donde seguramente entraban las hormigas. Flor se encargó de suministrarle, durante toda la semana, una dosis considerable de insecticida cada vez que entraba a nuestro dormitorio.
Esta mañana sucedió otro episodio fóbico. Yo estaba en mi estudio intentado escribir, cuando Flor entró corriendo desesperada.
—¡Hay una araña ASÍ en el patio!!! —me hizo un gesto con sus manos como si fuera del tamaño similar a una sandía.
Con tranquilidad me puse el pulóver y salí al patio para cumplir con mi misión de cazador de arañas.
La divisé cerca del parrillero, posada sobre un tronco de leña.
Aunque me confundió el tamaño. O la araña era otra distinta a la que Flor había visto, o se había achicado mucho porque no debía medir más de dos centímetros.
Me arriesgué con otro intento psicológico.
—Flor, vení, es chiquitita. No te va a hacer nada.
—No, no, matala — Me gritó.
Flor es una persona muy pacífica. No le gusta cuando yo me pongo a ver videos en los que una manada de leones persigue a alguna presa. Le causan ternura los animales y es capaz de llorar si finalmente el león atrapa a la gacela. Pero cuando ve una araña su fobia es tan extrema que no puede vivir tranquila si no está convencida de que está bien muerta.
—Ok. Hagamos así. Yo voy con la leña a la vereda. Vos seguime detrás. No tenés que hacer nada. Solo mirar…
Flor asintió aunque no muy convencida. Avancé despacio con la leña en una mano, concentrado en no hacer movimientos bruscos para que la araña se mantuviera quieta. Llegué hasta el cordón de la vereda. Flor miraba, a una distancia prudente, pero miraba la escena. Apoyé la leña en la calle y la araña bajó lentamente y comenzó a caminar para la esquina opuesta a nuestra casa. Le pedí a Flor que viniera a mi lado. Ella lo hizo. Los dos tuvimos que hacer mucho esfuerzo con los ojos para poder ver la diminuta araña, pero la observamos marcharse en libertad.
Después entramos a casa y cada uno siguió con lo que estaba haciendo. No hablamos del tema. Pero los dos sabemos que será hasta la próxima batalla.