La televisión me arruinó la vida. Y te voy a explicar por qué lo digo.
¿Te acordás que el otro día me preguntaste quién era Sofía, esa mujer con la que todos los muchachos de la mesa me cargan? Bueno, para que entiendas por qué odio tanto a la televisión, tengo que contarte mi historia con Sofía.
Una tarde yo estaba tomando café en este mismo bar y en un momento escucho una puteada escandalosa. Me doy vuelta y veo a un tipo desencajado, gritándole al televisor. El tipo puteaba porque estaban pasando los goles que le habían hecho a Racing el fin de semana. Al principio, me dio gracia. Imaginate que para un bostero como yo era una delicia ver a un hincha de la academia en ese estado de exasperación. Pero después me di cuenta que había una mujer sentada en otra mesa, llena de papeles y carpetas que miraba el televisor y negaba con la cabeza. Pobre piba, pensé yo, debe querer estudiar y el infeliz con las puteadas no la deja concentrarse en lo suyo.
En un momento no aguanté más y le fui a pedir al tipo que se calmara, porque había una mujer que no tenía por qué escuchar esas groserías. Por suerte al fanático de la academia le cayó bien mi pedido y hasta me dio el control remoto para que cambiara de canal. Así que directamente apagué el televisor y la miré a la mujer, esperando un gesto mínimo de agradecimiento, pero ella al instante me dijo: “¿Qué hacés?”
Te digo que me descolocó porque me puso una cara de orto terrible. Entonces le pregunté: ¿estabas mirando? Y me dijo: Sí, y si no te molesta quiero seguir viendo los goles.
Me quedé unos segundos sin reacción porque obviamente yo imaginaba otra respuesta por parte de ella.
Entonces prendí el televisor, y se me dio por preguntarle si ella también era hincha de Racing. No le pregunté si le gustaba el fútbol porque ya era obvio que sí. Apenas asintió con la cabeza y siguió mirando el televisor como hipnotizada.
No me vas a creer, pero yo en ese momento sentí que había encontrado a la madre de mis hijos. Nunca me había pasado una cosa así con una mujer. Porque, vamos a ser sinceros, la primera imagen que se te viene a la cabeza cuando ves a una mujer que te gusta, es una cama. Sofía era hermosa y yo la imaginé en una cama, pero acostada al lado mío jugando con nuestro hijo. Ya sé, por ahí te parece un poco cursi lo que digo, pero te juro por la Bombonera que eso fue lo que sentí en ese momento.
Hubo una confusión que jugó a mi favor. Porque yo le había preguntado si ella “también” era hincha de Racing y ella tomo ese “también” como una afirmación de que yo era de la academia. Pero en realidad ese “también”, yo lo había dicho por el tipo que puteaba.
No sé si alguna vez leíste algo del sincro destino. Yo nunca le había dado importancia a las teorías de las coincidencias. Para mí siempre habían sido charlatanerías. Boludeces que cree la gente de guita porque están al pedo y no tienen otra cosa que hacer más que andar por la vida asombrándose por cualquier pelotuda coincidencia. Pero tiene que ser verdad, porque ¿cómo explicar sino lo que me pasó con Sofía?
Es cierto, yo no soy de Racing, ahí no hay coincidencia, todo lo contrario, polos totalmente opuestos, pero yo hablo de lo que pasó en ese momento cuando ella creyó que yo era de Racing.
A ver… Si no hubiese sentido esa fuerte atracción, ni loco le habría dicho que sí, que yo era de Racing. Pero me salió tan natural. Como si hubiese nacido en Avellaneda. Le dije: por supuesto y me senté en su mesa…
El momento mágico fue cuando le conté que mi ídolo había sido siempre el Toti Iglesias. Porque mirá que hay tipos que han hecho historia en Racing. Podría haber nombrado cualquier otro jugador, qué sé yo, el chango Cárdenas, Rubén Paz, el piojo López, jugadores que un futbolero como yo, aunque sea de Boca, escuchó nombrar o vio jugar alguna vez en la vida. Pero yo lo nombré al Toti Iglesias y Sofía empezó a llorar a moco tendido. Otra vez me sorprendió su reacción. Cuando paró de llorar me contó que el Toti Iglesias había sido siempre el ídolo de su padre y el primer jugador que ella había visto meter un gol en vivo en la cancha de Racing. Y traer a colación al Toti iglesias le hizo recordar a su viejo, que había muerto un mes atrás.
¡Increíble! ¿Ahora entendés lo del sincro destino?
De cientos de jugadores que yo podría haber nombrado, elegí mencionar el más importante para Sofía, y en el momento más sensible de su vida. ¿Cuántas veces te puede ocurrir algo así en tu existencia? Muy pocas, y uno no puede dejar pasar esa oportunidad.
Además, ¿qué más podía pedir en una mujer? Atractiva, sensible, y encima futbolera. Te repito, la madre de mis hijos, esa era mi sensación. Claro que faltaba un detalle importante. Saber si ella quería que yo fuera el padre de sus futuros hijos o, en primer lugar, si estaba disponible para iniciar una relación.
Y de nuevo las coincidencias. Estaba sola, igual que yo. Recién se había separado de un hombre después de cinco años de noviazgo, igual que yo. Con la diferencia de que mi ruptura había sido con una mujer. Te lo aclaro, por las dudas. ¿Sabés lo que estaba estudiando ella? Periodismo deportivo.
Quería ser relatora de fútbol y no iba a parar hasta conseguirlo.
Su sueño era relatar un gol de Racing contra Independiente. No sabés cómo se le pusieron los ojitos cuando le conté que mi abuelo había cantado goles de Racing porque había trabajado en una radio deportiva. Y no le estaba mintiendo, eh. Mi abuelo trabajó muchísimo tiempo como relator. En sus últimos años tuvo que dejar de relatar porque ya no le respondía la garganta y también por culpa de la televisión. Cuando empezaron a pasar los partidos por la tele, algunos programas de radio que transmitían fútbol dejaron de existir.
¿Ves? Mi abuelo también odiaba a la televisión. Se ve que es algo hereditario.
Desde ese día no nos separamos más. No te das una idea lo lindo que es estar con una mujer que te gusta y que no te rompe las pelotas porque te quedas embobado mirando un partido de fútbol. Hasta recuerdo un domingo en que fue ella la que me pidió que me callara porque quería ver el resumen del partido de Racing que hacían en Paso a Paso, su programa favorito, que “casualmente” era también mi programa favorito.
¡Y la voz de Sofía! Me volvía loco cada vez que hablaba. Vos no me conoces mucho porque hace poco que te sumaste a la barra, pero yo siempre me fijo en la voz y en la forma de hablar de una mujer. Para mí es un detalle fundamental. Y Sofía hablaba pausado, sensual, con voz de locutora. FM Sofía, así le decía yo cariñosamente en la intimidad. Claro que no era solo la voz lo atractivo de ella. Además tenía una cara preciosa. Ojos verdes, buen cuerpo. Bien rellenito, como a mí me gusta. Nada de piel al hueso.
Obviamente tenía un problema grande a resolver. Soy hincha de Boca y por lo poco que la conocía ya me había dado cuenta de que si le contaba la verdad corría el riesgo de que se terminase nuestra relación. Entonces decidí esconder mi sentimiento futbolero. En algún momento se lo tendría que decir, pero iba a esperar hasta que pasara mucho tiempo. Este detalle fue el que hizo que mis amigos comenzaran a cargarme. Porque les tuve que advertir que había cambiado momentáneamente de equipo. Igual a mí no me importaba, estaban envidiosos por mi relación con Sofía, y aunque no me lo creas empecé a sentir cierto cariño por Racing. En definitiva, yo me hice hincha de Boca después de observar la pasión de mi viejo por esos colores. Entonces, no es tan difícil aceptar que yo comenzara a sentir cierto aprecio por la camiseta de la que era hincha la mujer que amaba. Por supuesto que ninguno de los pelotudos de la mesa aceptaba estos argumentos, y decían que yo me había vendido por sexo y todas cosas por el estilo.
Te digo más, la primera vez que acompañé a Sofía a la cancha de Racing me pasó algo increíble. De repente me encontré puteando a los delanteros que esa tarde le erraban al arco hasta dentro del área chica. El equipo era una murga ese año. Te estoy hablando del Racing que se fue a la promoción, no sé si te acordás.
La cuestión es que todo marchaba fenómeno. Estábamos muy bien juntos, todavía no convivíamos pero era algo que ya estaba por ocurrir. Yo la acompañaba a Sofía a ver a Racing a todos lados.
Al final del campeonato llegó el partido decisivo que Racing tenía que jugar con Colón en Santa Fe. No sé si te acordás de lo que te cuento pero por las dudas te recuerdo que Racing tenía que ganarle a Colón o sino corría el riego de jugar la promoción. Me acuerdo que entramos a la cancha con el partido ya empezado. Sofía estaba nerviosísima y yo de muy mal humor.
En realidad, ahora que lo pienso, estaba un poco cansado de ese sufrimiento constante que significaba ser hincha de Racing ese año. Si hubiese podido me habría quedado en Buenos Aires. Prefería estar en casa acostado mirando una película, pero no podía dejarla sola a Sofi en un partido tan decisivo.
En un momento del segundo tiempo le pedí que se calmara, porque la veía desencajada, gritando como una loca, ya casi no quedaban rastros de esa voz de locutora. Mi mal humor ya comenzaba a ser insostenible y ella en vez de calmarse me reprochó mi falta de sentimiento. Porque yo estaba sentado y no había emitido palabra, salvo para pedirle que se calmara. Me lo dijo de una manera tan agresiva que me hinché las pelotas. Casi le digo la verdad ahí mismo. Por suerte lo pensé mejor. Estaba en medio de la hinchada de Racing que venía acumulando bronca domingo tras domingo, y decir que era hincha de Boca no hubiese sido lo más aconsejable en ese momento ni en ese lugar.. Y ahí ocurrió algo que sería determinante para entender mi reacción cuando llegó el gol de Colón. Porque varios hinchas de Racing, que habían escuchado nuestra breve discusión, se sumaron a los retos de Sofía. Y para peor, un pendejo tuvo la osadía de gritarme: ¡Pareces hincha de Boca, pecho frío!!
Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Después de todo había pasado meses haciendo fuerza para que esos matungos lograran hilvanar alguna jugada como la gente como para que un pendejo venga a criticar a boquita. Así que de ahí en más, ante cada ataque de Colón rogaba, en mi fuero interno, porque se concretara el gol que terminara de hundir a Racing.
Y finalmente sucedió. Rivarola puso el uno a cero antes de que se termine el partido y Racing tuvo que ir a jugar la promoción con Belgrano de Córdoba. El viaje de regreso fue un velorio. Yo seguía de mal humor y Sofía casi ni habló de lo angustiada que estaba por el resultado del partido.
Recién cuando llegamos a Buenos aires ella me pidió perdón por su actitud en la cancha. Yo la perdoné en el acto. Porque después de todo era entendible su reacción y además sabía que de alguna manera yo estaba en orsai. No iba a poder ocultar mucho tiempo más que le había mentido. Tenía que decirle que era hincha de Boca. Me hice la promesa de contarle la verdad cuando Racing terminara de jugar la promoción. Pensé que sería mejor esperar hasta que pase el mal trago de esos dos partidos, aunque ya había programado en mi cabeza las excusas que pondría para no acompañarla a la cancha.
Después de comer nos fuimos a la cama, hicimos el amor y, aunque Sofía no lograba desconectarse de las incidencias del partido, de a poco fui consiguiendo desviar la conversación hacia otros temas.
Pero fue ahí, en la cama, que mientras hablábamos de otra cosa, a Sofía se le ocurrió prender el televisor para mirar las imágenes del partido en Santa Fe. Dejó de hablarme y se concentró en las jugadas. Pasaron unos minutos de filmación hasta que llegó el gol de Rivarola y las cámaras enfocaron a los hinchas de Racing.
Y se produjo la catástrofe.
¿Qué necesidad había de mostrar esas caras de velorio? ¿Cuál es el fundamento de dejar en evidencia para toda la eternidad el sufrimiento atroz de algún hincha en ese momento angustiante? Y no me vengan con esa estúpida frase de “mostrar la realidad”. Porque no hace falta tener mucha imaginación para saber cuál es la realidad de un hincha ante un gol que lo manda derechito a jugar la promoción. Pero a los turros que hacen televisión les encanta mostrar tu sufrimiento. ¿Hicieron primer plano de algún hincha de Colón festejando el gol de Rivarola? Por supuesto que no. No les importa la alegría del festejo. Prefieren hacer foco en la desgracia, en la amargura de la derrota. Por cosas como éstas es que odio tanto a la televisión.
Entonces, como te dije, ahí se produjo la catástrofe. Fueron apenas unos segundos de filmación, pero fueron contundentes.
Ahí estaba Sofía, no había dudas de que era ella en el televisor, en primer plano y con un llanto desgarrador. Y al lado de ella un tipo con una sonrisa maliciosa, una sonrisa que no encajaba en esa escena, que no podía ser de ninguna manera la de un hincha que estaba por irse al descenso. Parecía alguien que saboreaba el momento, porque de verdad disfruté ese instante. Y aunque desesperado intenté pedirle perdón a Sofía por ese gesto desleal, patético, egoísta, ya nada haría cambiar esa imagen que dejaba en evidencia mi falta de sentimiento por Racing, y que repetirían hasta el cansancio en los días posteriores en todos los canales de televisión donde pasaban el resumen del partido. Pero, sobre todo, nada haría cambiar su inclaudicable decisión de no ser jamás la mujer de un hincha de Boca, ni mucho menos, la madre de mis hijos.